No hay nada peor que llevarse el premio de consolación

Mis queridas amigas y amigos, tenía dos titulares para esta entrada, “No hay nada peor que llevarse el premio de consolación” o “maridos escobilla”. Seguro que cuando terminéis de leerla entenderéis mi dilema para elegir uno de los dos. En este caso, ha primado más mi experiencia personal para el titular que el calificativo que se daba a sí mismo el marido de esta experiencia.

Hace algunos años recibí un correo, su nombre era sugerente, hacía referencia a una relación ama y marido esclavo. Me agradó comprobar la correcta redacción y la exquisita manera de expresarse del marido. El correo va a continuación, lo podéis comprobar.

Marido: "También hemos fotografiado el casco que mi Ama compró como símbolo de cornudo cabrón, obviamente como puede ver todavía esta embalado. Está esperando al primer macho/amante con el que mi Ama decida follar. Creo que ese honor recaerá en usted Sr. Toro y no voy a negar que este hecho me produce algo de celos."

Después de aquel correo, contactamos por teléfono y nos pusimos manos a la obra. Yo generé la complicidad con el marido-esclavo para ir viendo cómo organizar el festín. En unos días conseguí hablar con la esposa… su voz me dejó prendado, qué risas más bellas se oían al otro lado del teléfono y qué manera de expresarse y plantearme lo que quería, estaba claro que se trataba de una mujer con carácter y que sabía poner al cornudo en su sitio.

Ella se inclinó, antes que nada, por que yo le encontrase a algún amante negro, bien dotado y sabiendo “manejar”. En aquellos momentos no tenía ningún colega-corneador de color pero se podía intentar. También se extendió en los juegos que ponían a su marido… la cosa prometía.

Pasaron algunas semanas, ya sabes que siempre hay algo menos importante que hace cambiar planes y retrasar estos encuentros que forman parte de la sal de la vida.

Aunque había visto fotos de ella en las que no dejaba lugar a dudas sobre su cuerpazo, me faltaba por presenciar en directo su sonrisa y disfrutar de su cara. No quedé decepcionado si no todo lo contrario. Esa belleza natural en la que paras un día en el Metro y ves a una joven mamá volviendo a casa del trabajo, arreglada, sonriente que esconde un punto reputo y morboso en el sexo.


Quedamos en Madrid, cerca de el Museo de Ferrocarril, era primeros de julio. Ella llevaba falda suelta. Todo fue muy fácil y cada uno ocupamos nuestro rol. Yo desde el primer momento empecé a meter mano, siempre que el marido estaba mirando y atento, ella receptiva no dejaba de hablar. Aquel día, el marido desempeñó a la perfección su papel y aunque fue un pequeño escándalo el morreo y sobe que ella y yo nos dimos la situación nos puso a los tres muy cachondos. Lamentablemente ese fue solo el premio que me llevé, el de consolación.

Si dejo una pequeña reflexión. Cada dos por tres le pedíamos al marido que fuera a por un vaso de agua, que trajera servilletas, que fuera a ver como estaban los servicios del bar. En una de esas, ella me confesó: "mi marido en el fondo es un puto manipulador, no creas que le tengo totalmente controlado, da la apariencia de sumiso pero ya te digo, es un puto manipulador".

Quedamos en hablar más adelante y concretar un día para el encuentro total, a ser posible que me acompañara un amigo-negro. El verano y la vuelta al cole en septiembre, enfriaron las cosas y retraso tras retraso, al final el encuentro no se materializó y perdimos el contacto. Espero que ellos lo lean, al menos para que les conste mi recuerdo y aunque solo me llevé un premio de consolación (magreo, besos y charla con la esposa) me quedé satisfecho, con ganas de lo que planeamos, pero satisfecho.

El correo de el marido os puede dar ideas sobre la manera de plantear un encuentro a tres: esposa suelta, marido-esclavo cornudo y amigo proactivo corneador.

Lo de la escobilla, abajo, pero disfrutar de este correo.

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Hola Señor Toro,


Trataré de describir lo mejor posible a Mi Esposa-Ama, pero ya le aviso de antemano que soy muy malo en ello. Mi Esposa-Ama es una mujer de 36 años, simpática y con buen humor y carácter. Mide algo más de metro sesenta, le gusta ponerse grandes tacones y está delgada. Tiene pelo castaño, ahora a media melena, tiene unos grandes ojos que llaman la atención. Tiene una piel suave y muy blanca, unas manos pequeñas y pechos no muy grandes que entran en la mano (y le gusta que se los estrujen suavemente), también tiene un coñito precioso que siempre lleva completamente depilado.


Bueno, ahora trataré de explicarle que es lo que mi Esposa-Ama busca y con que disfruta, así estarás en mejor disposición cuando hables con ella por teléfono (la mejor hora para llamarla es a las diez y media de la noche, si quiere hablar conmigo recuerde que estoy a su disposición a partir de las siete de la tarde, mejor lunes y miércoles).


Ante todo a mi Ama disfruta con la humillación, también se reconoce como sádica y le gusta un poco el exhibicionismo, pero probablemente lo que más disfruta es de que le sirvan y del poder de mandar y decidir cuándo, cómo y dónde se hacen o no se hacen las cosas. Sinceramente yo comparto cien por cien esto gustos, pero al contrario, soy muy sumiso completamente masoquista y disfruto siendo humillado, castigado y sirviendo a mi Esposa-Ama. Supongo que por eso (y por el morbo) nace la idea de los cuernos, es humillante y deja claro quién manda (ella). Claro está que también quiere disfrutar de buen sexo con otros hombres, mientras yo miro y ayudo sin siquiera poder tocarme y sabiendo que esa noche solo ella y su amante tendrán sexo y podrán correrse. A mi Esposa-Ama le encanta ese punto, le gusta tenerme en abstinencia y también le gusta que yo tenga relaciones homo, que se la chupe a su amante, que este me sodomice etc.




Bueno, paso a contar las ideas que tenemos para encuentros cornudos. Creemos que es interesante quedar primero a tomarse una cerveza o un vino y así ver qué pasa con la primera impresión ¿se gustan físicamente? Si ambos están de acuerdo nos quedaríamos a comer o cenar (según la hora del día, nosotros preferimos quedar al mediodía) y así conocernos todos mejor. A mi Ama le parece gracioso pedir para mí una jarra de agua del grifo y un trozo de pan de ayer, mientras ustedes disfrutan de un buen vino y unos buenos entrantes. También me ha comentado en alguna ocasión que le gustaría que se metieran mano para dejar claro que soy el cornudo. Yo les haría fotos para inmortalizar el encuentro.
Si todo fuera bien y si ustedes están de acuerdo iríamos a un hotel. A mi Esposa-Ama le gustaría que condujera yo mientras ustedes se meten mano en la parte de atrás. También le parece gracioso que yo paré para comprar los preservativos, puede ser en una máquina expendedora pero sería muy morboso que fuera en una farmacia y tuviera que llamarle por teléfono durante la compra para preguntar por el tamaño, el tipo y la cantidad de preservativos que debo comprar.


No tenemos experiencia en hoteles, en este punto nos aprovecharíamos de su experiencia. Y mientras yo aparco el coche ustedes se inscribirían en el hotel, llamándome por teléfono para indicarme la habitación del hotel. Le comenté a mi Esposa-Ama su idea de vestirme de sirvienta y le encantó, le pareció perfecta, así que espero que se traiga un traje de criada de talla XL. En fin, ya en la habitación a mi Esposa-Ama le apetece que yo la desvista para usted y que proceda con mi papel de sirvienta ayudándoles y sirviéndoles en todo lo que sea preciso y requiera cualquiera de los dos, música, bebidas….. Obviamente seré debidamente castigado si no cumplo correctamente con mi labor. A mi Esposa-Ama le gusta torturarme y no sería de extrañar que decida ponerme unas pinzas en el pene mientras ustedes follan, alguna bofetada seguro que se le escapa y cosas por el estilo.


Nos gustaría grabar en video (solo para nosotros) todo el encuentro y a mi Esposa-Ama le apetece especialmente comparar mi pequeño pene con su gran polla para que puedan reírse a gusto de la clara diferencia entre ellas y humillarme con sus mofas.


Otra cosa que le encanta a mi Esposa-Ama es que yo tenga relaciones con su macho, que le asista como sirviente desnudándole, o duchándole, que se la chupe para ponérsela dura, que le ponga el preservativo y que haga de mamporrero, que le coma los huevos o el culo mientras se la folla…. Y al final que me coma el semen de su macho, tantas veces como el macho eyacule y donde eyacule. A mi Esposa-Ama le apetece que se corra en sus tetas y que yo lo limpie todo, primero su polla y después sus tetas, si algo cae al suelo también lo limpiaré. Mi obligación es que queden totalmente satisfechos y si es necesario le haré una mamada y se correrá en mi boca.


Después de la primera follada, cuando se hayan consumado mis cuernos, mi Esposa-Ama quiere ponerme un casco con cuernos que ha comprado para la ocasión. No podré quitármelo hasta que volvamos a casa, da igual si luego salimos por ahí, lo llevaré puesto para dejar claro que soy un cornudo.




Como he comentado yo les serviré en todo lo que deseen, pero también me pueden poner de cara a la pared para que ustedes tengan intimidad y no vea como follan. También pueden pedirme algo para que lo pida al servicio de habitaciones y pase vergüenza teniendo que abrir la puerta vestido de criada con el casco de cuernos y de fondo sus gemidos. Por mi parte no tengo problemas ni límites solo quiero que mi Esposa-Ama disfrute, acepto juegos con semen, orina, castigos, humillación… lo que mi Esposa-Ama desee y decida.


Al final, recibiré una ducha de agua fría ya que como le he comentado antes yo no puedo tener ningún tipo de placer sexual ese día y tal vez les guste lavarme con mi esponja (se trata de una escobilla del váter) . Y si alguno de ustedes así lo desea les prepararé un baño y les lavare el cuerpo.


Todo esto son ideas que hemos tenido, no pretenden ser un guión sino darle una indicación de nuestros gustos y roles.


En fin, por mi parte eso es todo, un saludo.


Esposo-Esclavo X y Esposa-Ama Y.

Fer y Ceci (III, el desparrame): “Mi esposa movía su cadera haciendo eses para recibir mejor la pija de Juan"

Publico a continuación la tercera y creo que última entrega de la experiencia vital y cornuda de Fer y Ceci. Sin duda, podemos hablar de una evolución en sus costumbres sexuales. Bien, nada que añadir. Disfrutar del relato y espero que os sea de utilidad.
De nuevo, gracias a Ceci y Fer por confiar en este humilde blog.




Tercer Encuentro: el desparrame.

Ceci estaba realmente transformada. Coqueta, arreglada, segura de sí misma, mil veces más sensual que antes, de vez en cuando consentía en tener relaciones conmigo por la noche aunque dejaba claro que ahora yo podía ser el marido, pero ella era la hembra de Juan (su primer corenador). Y yo aceptaba gustoso mi nuevo rol.

Gran parte de la excitación consistía en prepararla. Una vez que los niños se fueron a la escuela, sabiendo que el viernes por la noche irían a dormir a la casa de los primos, comenzamos los preparativos: Ceci se fue al salón de belleza y yo preparé las medias negras con portaligas, una tanga minúscula con un anillo atrás que decía “sexy”, los stilettos negros, el lazo de seda negra para el cuello, los aros nuevos que le había regalado para su cumpleaños y un vestido blanco y plateado realmente inapropiado para la vida cotidiana por lo corto y también porque, al anudarse en el cuello, dejaba casi completamente libres sus grandes pechos.

La tarde del viernes me fascinaba la ansiedad de la expectativa, mirando cómo mi esposa se perfumaba para otro hombre y ya no me dejaba tocarla más, porque quería estar perfecta para Juan. Estaba realmente hermosa. Los pechos se le escapaban por todos lados. Como de costumbre estaba inquieta pero a la vez expectante, y me hechizaba esa mezcla única de timidez y decisión.

A la hora señalada sonó el timbre. Ceci fue a servir unos tragos mientras yo lo recibía. Pero yo no esperaba la sorpresa que me esperaba al abrir la puerta: Juan había venido con otro hombre. “Es Sergio”, dijo, y me dio una palmadita en la mejilla al entrar. Mientras cerraba la puerta con llave pasaron directamente al living.

De mediana edad, algo canoso y con un físico bien cuidado, era evidente que Sergio iba a gustarle a mi esposa. Juan lo presentó rápidamente y le dio un beso en la boca a Ceci. Ella también parecía sorprendida y, aunque era pura cordialidad y simpatía, me miraba de vez en cuando de reojo, buscando reafirmación o tal vez seguridad. Deliberadamente yo no hacía ni un solo gesto, disfrutando la ambigüedad del momento y cómo se iba poniendo nerviosa. De todos modos no tuvimos mucho que pensar. Mientras Juan la atraía para besarla, esta vez profundamente, Sergio se me acercó por atrás, me arrodilló y, antes de que pudiera darme cuenta de lo que pasaba, me tomó las manos y las ató por detrás de mi espalda. Me susurró: “Así disfrutás del espectáculo”.

Sergio se acercó a Juan y Ceci, que por un lado parecía un cervatillo asustado y por el otro una puta, con los pechos desbordando por los costados de ese vestido, y comenzaron a apretarla entre los dos. Ceci sonrió y susurró: “No sabía que ibas a traer…” y Juan la cortó abofeteándola. “Te vamos a enfiestar, putita”. Sorprendida, Ceci se calló mientras Juan la daba vuelta para que besar a su amigo. Supongo que no esperaba lo que estaba pasando pero evidentemente la excitaba, porque mientras la acariciaban y la manoseaban comenzó a contonearse y a dejarse llevar. Sergio la besaba y le metió una mano debajo, en la entrepierna, mientras Juan le apoyaba su enorme bulto en la cola y le tomaba los pechos por atrás, acariciándolos y pellizcándolos alternativamente. Ceci gemía y no me miraba más. “Mirá cómo te mojaste, putita”, dijo Sergio, mientras sacaba su pija (no tan gruesa como la de su amigo pero totalmente erecta) y Juan desanudaba el vestido de los hombros de Ceci, exponiendo los pechos con los pezones bien rígidos, luego le mordía la parte de atrás del pecho y la arrodillaba para que se comiera la pija de Sergio. Ceci comenzó a mamar bien despacio, como ella sabe, primero lentamente, alrededor del pene, luego los huevos y luego pasando la punta de la lengua por el tronco para volver a la periferia, para que su amante tenga el máximo placer, y sólo luego fue subiendo lentamente hasta tragarse toda la cabeza. Sergio resoplaba mientras ella aceleraba la mamada y Juan le bajaba la tanga, sacaba su pija y se la ensartaba de golpe, sin lubricar. Ceci se arqueó al recibir ese garrote por atrás sin aviso, lo miró alucinada y luego volvió a mamar la pija de Sergio.



Mientras tanto, de rodillas, impotente, me daba vueltas la cabeza y me dolía el pene atrapado dentro del jean, sin poder liberar la tremenda erección que me provocaba ver a Juan y mi mujer moviéndose rítmicamente al unísono, en una sintonía sensual perfecta, mientras ella devoraba a su nuevo amigo. Fascinado, miraba cómo Sergio la agarraba del pelo y le metía la pija en la boca hasta la garganta, y de vez en cuando me miraba sonriendo mientras gozaba.

Luego Juan se sentó en el sofá, con su enorme pija completamente erguida, reluciente con los jugos de mi mujer, y dijo “ahora vas a cabalgar, linda”. Obediente, ella se sacó el vestido y se sentó encima suyo, tirando la cabeza para atrás y dejando escapar un gemido de dolor al empalarse en aquella tremenda erección. Sergio se fue a tomar un trago mientras, besando y lamiendo la cara de Juan, Ceci comenzaba a mover su cadera haciendo “eses” para recibir mejor su pija. “Te siento tan adentro…”, murmuraba, mientras lo besaba y lo miraba a los ojos y movía el culo cada vez a mayor velocidad. Yo me volvía loco. Sergio volvió, se pasó un poco de saliva por el pene y de golpe comenzó a insertársela en el culo. “Ay, me duele…”, dijo ella, y me miró por un instante, pero Juan la tomaba de las caderas para que se siguiera moviendo y Sergio seguía pujando, tirándole del pelo hacia atrás, mientras ella jadeaba de placer y de dolor, hasta que a los pocos segundos se sincronizaron y comenzaron a moverse al mismo ritmo los tres, gimiendo, jadeando, sudando, con Ceci aullando de placer: “¡No puedo más, acabo, acabo!”, gritaba, envuelta en éxtasis mientras se movía elásticamente en el frenesí de la cabalgata y sintiendo esas dos pijas que la rasgaban por dentro. Cuando sintió que Juan acababa dentro suyo, gritó: “¡sí, papito, sí, así!” y movía el culo para exprimir hasta la última gota de su macho mientras Sergio la culeaba sin piedad. Para mí sorpresa, no se detenían: yo sabía que Juan era de hierro, pero pensé que Ceci debía estar sensible y no aguantaría semejante empalada. Pero no paraba de moverse, sin duda deseando sentir la descarga de Sergio en su culo.

Comenzaron a acelerar de nuevo: “¡Movete, puta, mové ese culo!”, gritaba Juan, mientras ella se esmeraba por complacerlo y Sergio le empezaba a pegar en la cola: “¡sí, sí!, aullaba, descontrolada, gritando como una perra mientras Sergio bombeaba cada vez más bruscamente y le pegaba más, y Juan la tenía sujetada del cuello y también le pegaba en los pechos. Yo me volvía loco mirando a mi mujer hecha una puta, gritando, aullando, arqueándose y retorciéndose en éxtasis con dos pijas adentro, mientras esos animales la cogían y le dejaban los pechos y la cola enrojecidas de los cachetazos. Pero a ella evidentemente le gustaba, porque comenzó a moverse y gemir cada vez más fuerte, cerrando los ojos, sin poder contener una nueva explosión para desplomarse encima del pecho de Juan. Sergio sacó la pija, se acercó y sin decir una palabra me la forzó en la boca: “Probá el culo de tu mujer, cornudo”, me dijo, y me pasaba la pija por la cara mientras Ceci y Juan miraban con lascivia cómo me humillaban y cómo yo, lejos de resistirme, comencé a mamarle la pija a Sergio gozando, entregado sin que me importara nada, mientras me mojaba solo dentro de mi pantalón y saboreaba y lamía lo mejor que podía ese garrote duro, venoso, palpitante, que entraba y salía de mi boca. Oí a Juan diciendo: “Mirá cómo le acaba en la boca al cornudo” y Sergio gritó sordamente descargándome un chorro caliente en la garganta que parecía que no iba a terminar nunca, y yo mamaba y mamaba y me tragaba todo.

Todavía arrodillado, abombado, casi dormido, sin tener fuerzas para intentar levantarme, sentí vagamente que alguien me desataba las manos. Cuando pude abrir los ojos, Ceci recogía su ropa y ellos se habían ido.

Fer y Ceci (II) “Nunca me habían cogido así, mi amor...”

Aquí va la segunda entrega de la experiencia vital y cornuda de Fernado, ya para todos Fer (el marido cornudo) y Ceci, la esposa reiventada.

Advierto, he recibido algún comentario y correo en el que me indican que este testimonio no es creíble. La verdad es que lo argumentan de manera correcta y entiendo a los críticos. Obviamente no puedo verificar todas las experiencias que me llegan, mea culpa, y siempre que veo alguna fantasía mental que no real, lo advierto pero respeto todas las opiniones.

En este caso, me fío de Fer. Es posible que exagere un poco y añada literatura o metáforas que pueden inducir a la sospecha pero creo que su narración es buena y de interés para  muchos lectores y lectoras.

Una cosa más. A muchos cornudos como Fer, les pone que el amigo corneador sea un tipo resolutivo, primario y dominante. Nada que decir. Pero quiero dejar claro que entre el blanco y el negro, en toda una variedad de tipos de corneador, hay una amplia escala de grises en la que cada pareja puede encontrar su ideal o el que mejor se acomode a sus gustos.

Disfrutar del relato y gracias a Fer y Ceci por confiar en este humilde blog.




Segundo Encuentro.
Comencé a masturbarme mientras veía maravillado a mi esposa: arrodillada, sumisa, totalmente entregada y a merced de ese tipo


A los pocos días Ceci me dijo que quería volver al club para reencontrarse con su amante. Había sido el mejor sexo de su vida, dijo, y quería repetirlo. Me sorprendió porque no había hablado una palabra del tema luego de aquella noche, por más que yo me moría por saber qué había sentido y sobre todo si fantaseaba con lo sucedido. Pero como su plan me calentaba mucho, la ayudé a prepararse.

Resolvimos que tenía que estar lo más sexy posible. Fue a peinarse, depilarse y pintarse las uñas al salón de belleza mientras yo preparaba la ropa: pantalones de cuero negro, sandalias taco stiletto, una tanga minúscula con un anillo atrás, un corpiño traslúcido que apenas podía contener sus pechos y un top bastante apretado. Cuando el viernes por la noche salimos para el club, luego de dejar a los niños con mi suegra, realmente estaba espléndida; de algún modo tortuoso me excitaba aún más que jamás se hubiera producido así para mí.

Al poco tiempo de llegar apareció el tipo. Quise ir a hablarle, pero Ceci me detuvo. Me dejó solo, sentado en la barra; atravesó la pista de baile con una sensualidad pasmosa (yo no reconocía a mi esposa) y se fue a conversar con él. Me moría de intriga pero todo parecía ir bien, porque al poco tiempo se reían y el tipo incluso la besaba en la boca. Ceci vino a decirme que nos íbamos los tres para casa. Por un lado me sorprendía que ni me preguntase si estaba de acuerdo; por el otro, para qué negarlo, me excitaba muchísimo. El tipo, me dijo, se llamaba Juan. Salimos y tomamos un taxi. Juan la llevaba de la mano. Ceci estaba algo inquieta pero también expectante, y él se daba cuenta y le hacía bromas, le acariciaba los hombros y la besaba como si yo no estuviera con ellos. A mí ni me dirigía la palabra.

Llegamos. Un poco nerviosa todavía, porque nunca había llevado a nadie así a casa, Ceci le ofreció un trago. Juan ni contestó. La tomó de la cabeza y la besó. Ella respondió de inmediato. Fui a buscar unos tragos y cuando volví seguían besándose: Juan le manoseaba la cola mientras ella jadeaba retorciéndose como una gata en celo. Era como si yo no estuviera. La arrinconó contra la pared, le sacó el top y bruscamente le arrancó del golpe el corpiño. Loca de excitación, Ceci lo miraba fascinada. Él le lamió un poco los pezones, que estaban erectos como una roca y luego, como en el club, la arrodilló delante suyo: le pasó la gruesa pija por toda la cara y luego se la hizo comer. Ceci mamaba desesperada, gimiendo de vez en cuando, con lo cual a él se le paraba cada vez más. Le lamía las bolas y luego volvía a comerlo: con las dos manos lo agarraba de la cola, atrayéndolo hacia ella, como si quisiera tragarse hasta el último milímetro de esa pija tan gruesa.



Yo no aguantaba más. Comencé a masturbarme mientras veía maravillado a mi esposa: arrodillada, sumisa, totalmente entregada y a merced de ese tipo. Juan la paró, la agarró del cuello y le dijo: “Te voy a culear”. A mí jamás me había dejado probar por atrás. “Haceme lo que quieras, amor”, contestó. Juan le sacó el pantalón y la tanga y la colocó en cuatro patas sobre nuestro sofá. Por primera vez ella me miró mientras yo me masturbaba frenéticamente y él se desvestía. Ceci bajó la cabeza y levantó la cola, entregándose. Juan la toqueteó un poco mientras ella se mojaba y gemía y levantaba más el culo. Era una perra en celo. Pensé que Juan iba a lubricarla más, pero no: comenzó a penetrar el ano de a poco, mientras ella jadeaba cada vez más fuerte, como si le costara respirar. “Me duele, Fer…”, escuché que decía; pero el tipo no se detenía y la agarraba fuerte de las nalgas. “Me duel…”, repitió, y Juan le pegó en la cola. "Callate". Imperturbable, forzaba su pija cada vez más adentro mientras ella gemía suavemente, toda sudada, con la cola roja donde le había pegado. Se resistía todavía un poco, pero Juan no cejaba.

De repente la tomó del cuello, y mientras le pegaba de nuevo en la cola, bastante más fuerte esta vez, se la metió de golpe hasta el fondo. Ceci gritó de dolor y a la vez de placer. Juan la atacaba cada vez más fuerte. “¿De quién sos, puta?”, preguntó, y le pegó de nuevo. “¡Tuya, tuya!”, gritaba ella. Ya no se resistía y me miraba de reojo mientras trataba de sincronizarse con la arremetida para que no le doliera tanto. Yo no podía resistir esa visión del semental montándose a mi esposa como a una perra, haciéndola aullar de placer, y pronto acabé. Juan me miró: “Ahora le lleno el culo de leche”. Aceleró los embates y Ceci pasó de los gemidos a los gritos desesperados mientras él le seguía pegando en las nalgas y chocaba cada vez más rápido contra su culo enrojecido: “¡Sí, sí, más!”, gritó en éxtasis, mientras le tiraba su pelo hacia atrás como una yegua y ella llegaba al orgasmo al sentir el chorro caliente de leche explotando en su recto. Juan se desplomó sobre mi mujer. Ceci lo acariciaba, lo besaba y hasta creo que lloraba. Le susurraba al oído: “Nunca me habían cogido así, mi amor...”. Él la miró. Se levantó sin contestarle y comenzó a vestirse mientras ella todavía jadeaba, tirada en el sofá. Luego la besó, lamiéndole apenas los labios, y dijo en voz alta: “Me llamás la semana que viene, putita”. Y al salir me tiró la tanga de Ceci en la cara.



Tercer Encuentro. 
Juan me decía “probá, cornudo: eso es verdadera leche de macho” mientras mi esposa me besaba después de ser lefada y yo me tragaba voluntariamente todo

Habíamos abierto la caja de Pandora. Ceci sólo pensaba en su amante y seguíamos teniendo sexo ocasionalmente, pero lo que realmente nos disparaba ahora era hablar de Juan, pensar en Juan, fantasear con Juan. A la vez tuve que reconocer que la cosa tenía su ventaja: Ceci se sentía evidentemente más deseada y atractiva, se arreglaba más y emanaba una seguridad que jamás le había visto. Eso la volvía mucho más sexy. Luego de masturbarme contándome cómo fantaseaba con Juan, me dijo una noche que quería que saliéramos a comer con él. Me puse incómodo, por un lado, porque esperaba que la cosa fuera sólo sexual, y por el otro porque el tipo ni me dirigía la palabra cuando nos encontrábamos.

Pero el vértigo nos hechizaba y nos preparamos. El encuentro sería el jueves por la noche. Ella se esmeró para entregarse a su nuevo macho: una camisa blanca apretada, que insinuaba a todas luces sus pechos, una apretada pollera tubo gris, sandalias rojas de taco alto y debajo, me dijo, nada. La mezcla de timidez y sensualidad era irresistible. Pero los dos sabíamos que no era por mí.

Llegó el jueves. Luego de observar en casa durante una hora agónica pero deliciosa cómo Ceci se vestía, peinaba y maquillaba para Juan, a las diez de la noche llegamos al bar. En la penumbra Juan nos esperaba en una mesa. La recibió a ella con un beso corto en la boca, y sentó a Ceci entre ambos. Pedimos unos tragos, hablando del clima y de cualquier trivialidad, tratando de disipar el resabio de incomodidad que provocaba aquella situación extraña. Juan la hacía hablar y apenas me miraba; de vez en cuando le daba sorbos del trago, la besaba en la boca y le decía lo linda que estaba. Como siempre yo languidecía sin saber qué hacer, entre humillado y excitado. En un momento Juan alabó la camisa de Ceci y con un dedo le rozó deliberadamente un pecho. Ceci estaba un poco nerviosa todavía. A los pocos minutos él bajó la mano debajo de la mesa y comenzó a acariciarle un muslo. Ceci dio un saltito y lo miró con cara picaresca pero, naturalmente, no hizo nada para detenerlo. Sólo entonces Juan comenzó a hablarme a mí, mientras acariciaba el muslo de mi esposa, que comenzaba a agitarse. Con una sonrisa medio irritante, medio condescendiente, me hablaba de fútbol o de política mientras manoseaba a mi mujer. Yo no entendía lo que me decía. Sin parar de hablar, con toda la tranquilidad del mundo, poco a poco subió la mano por el tajo de la pollera hasta el clítoris y empezó a masajearla. Con los ojos casi cerrados, Ceci se mordía los labios, jadeaba y apenas podía contener los gemidos: “Ay, Dios, no aguanto, Fer, no puedo más…”, murmuró; hasta que se dejó llevar por ese toque experto, tiró la cabeza hacia atrás y explotó en un gemido ronco mientras el tipo la tocaba descaradamente y yo me volvía loco. La gente de la mesa de al lado se dio vuelta para ver qué pasaba. Mientras yo sonreía para tranquilizarlos, totalmente turbado, Juan sacó la mano y le dio a probar a Ceci su dedo mojado. Ella lo lamió y hasta creo que lo saboreó. El tipo había transformado a mi mujer en una terrible puta.


Ceci se levantó y nos agarró a los dos de la mano. Por el camino me soltó, pero nos condujo al fondo y nos metimos los tres en el baño. Trancó la puerta y, sin decir una palabra, con una sonrisa adorable, nos bajó los pantalones y se arrodilló. Yo ya estaba totalmente erecto, así que se concentró en Juan. Su pija en reposo era más grande que la mía. Ella comenzó a comérsela entera, acariciándole los huevos con la mano mientras él le agarraba la cabeza impulsándola adentro y afuera, hasta que su verga se levantó y alcanzó todo su esplendor. Mi pene hacía un triste papel al lado de esa cosa tiesa, dura, imponente. Ceci seguía devorando a su amante y de vez en cuando me daba unas lamidas rápidas. Juan me miraba sonriendo y me daba vueltas la cabeza. Con los dos ya bien erectos, Ceci comenzó a alternar un poco y nos la mamaba un rato a cada uno. Estaba radiante, liberada, totalmente desinhibida, tragándose dos vergas como si fuera la cosa más natural del mundo. “Qué bien que se la come tu mujer, eh”, dijo Juan: “Dale, putita, ¡comé, comé!”. Ceci obedecía acelerando la mamada y masturbándonos con una mano a cada uno. La combinación del placer oral con la sensación exquisita de ver a mi esposa lamiendo la pija del semental me aflojaba las piernas. Ceci empezó a gemir, evidentemente gozando tanto como nosotros, y no pude contenerme más y acabé en su espalda y en su cuello, y Ceci se concentró con todo gusto en la cabeza palpitante del pene de Juan. El tipo la agarraba del pelo y se la metía hasta la garganta, mientras yo a duras penas me apoyaba en la pared, y de repente gritó “comela toda, perra”, sacó el pene y le acabó en la cara a mi mujer, que abría la boca tratando de no dejar caer ni una gota de ese chorrazo de leche. Luego ella lo limpió con todo cuidado, saboreandolo, lamiendo su verga enorme hasta la última gota, se paró, me miró y me besó pasándome toda la leche de Juan. Yo no lo podía creer. Ceci me lamía la oreja, Juan me decía “probá, cornudo: eso es verdadera leche de macho” y yo me tragaba voluntariamente todo. Cuando abrí los ojos Juan se arreglaba el pantalón, la besaba de nuevo y nos dijo que la semana que viene quería vernos otra vez.

Mientras lo miramos alejarse por el pasillo, creo que yo estaba más excitado que ella.

CONTINUARÁ...


("UA-21720468-1")