Alfonso y Elena unidos, ¿para siempre?


Sobre el mediodía, paseando por un romántico parque, he tenido la ocasión de ver a una joven pareja. Abrazados, besándose en libertad, mostraban su felicidad cómplice.

Discretamente opté por seguirles y observar sus movimientos. Al poco tiempo de espiarles presencié como el chico enganchaba un candado en uno de los hierros por donde trepan los rosales del jardín. Enganchado el candado y guardada la llave, probablemente para tirarla al estanque que se encuentra a pocos metros del jardín de las rosas, se fundieron en un torpe beso.


Sentado en un banco esperé a que salieran del jardín para ver con detalle el candado. Alfonso y Elena, simplemente eso. Hoy ha bajado la temperatura, pronto el óxido empezará a carcomer el metal. Cuánto tiempo estará ahí el candado. Cuántas veces se habrán prometido quedar para ver si el candado, símbolo de su amor, sigue enganchado al hierro por el que escalan los rosales.

¿Alguien quiere apostar? Yo apuesto porque antes de que el candado empiece a padecer los achaques del óxido, Elena le será infiel, es nalgona y su culazo apunta a que no puede pertenecer a un solo Alfonso.

Ahora bien, dado los tiempos que corren y la candidez y amor que demostraba el novio, me inclino porque este será un firme candidato a dócil cornudo. El amor es lo que tiene.


Siempre me gusta pasear por ese parque y, especialmente, por ese jardín. Observaré el estado del candado y como no podré olvidar nunca ni la cara de Elena ni su culazo, podré comprobar como esta nalgona pasea de la mano de otro hombre mientras Alfonso, a pocos metros, disfruta viendo como otro hombre magrea a su amada.



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