Labor de manso y esposa contenta o “tú detrás mientras le toco el pandero a tu mujer”

Antes que nada quiero pediros disculpas, mis queridas lectoras y lectores, por el retraso en la publicación de esta entrada. Os tengo acostumbrados a una entrada mínima al mes pero es que entre vacaciones, temas laborales, colaboraciones y encuentros con nuevas parejas amigas a las que ya considero como de la familia no he tenido tiempo. Espero que me disculpéis.
Aprovecho para anunciaros que en los próximos meses, si antes no se remedia, tendré que realizar algunos cambios en el blog. El mantenerlo al día supone a parte de una inversión de tiempo y creatividad un coste que deberíamos asumir entre todos. Sí, creo que al final, aunque me duela en el alma, y si no encuentro algún patrocinador tendré que buscar alguna solución, como suscripciones o similares. Bueno, no os perdáis la última entrada os prometo que no os dejará indiferentes y ojo, todo lo que se relata ocurrió no es fruto de una fantasía cocida.

Luisito se confiesa
Os tengo que reconocer que el blog me ha permitido conocer muchos matrimonios. Con muchos de ellos he generado una relación de amistad que ha fraguado en una confianza mutua y también un notable grado de complicidad tanto en el caso de ellas, esas maravillosas esposas sueltas y abiertas, como con sus maridos esos cornudos consentidores, protagonistas vitales en estos juegos.
Bien, esa confianza y complicidad me ha convertido en algunos casos en ese amigo del matrimonio que charla con ambos, escucha y siempre que le toca aporta ese consejo para que todo fluya entre ellos.
Obviamente esa confianza me ha hecho también ser el receptor de experiencias y confesiones íntimas. Aporto a continuación el testimonio de mi buen amigo Luisito, un marido cornudo consentidor de libro que junto a su bellísima mujer se encontraron en Madrid con un joven mandingo. Podéis leer a continuación el testimonio contado en primera persona por Luisito. Por cierto, desde aquí felicito al muchacho porque no siempre se tiene la oportunidad de “interactuar” con una esposa casada de la belleza, sensualidad y categoría como la de Luisito.



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Hola, Alberto.
Sigo repasando mi archivo mental de los encuentros que he tenido con mi mujer y de los que guardo mejor recuerdo. El otro día charlando contigo, te confesé una de las citas que mi mujer y yo tuvimos con un chico de color. Ya sabes la admiración que tengo por ti y desde luego aquel encuentro no llegó a lo espectacular que fueron las citas que tuvimos contigo.

Un hotel en el centro de Madrid y un bar caribeño
Contactamos con él en un blog y en seguida nos dimos cuenta de que era un tío que valía la pena, decidido, dominante, con las ideas claras y saber estar, como tú, ¡qué más te voy a contar! Venía a trabajar a Madrid y, como buen macho, necesitaba satisfacer sus necesidades sexuales. Y qué mejor opción que desahogarse con la mujer de un cornudo, con el morbo de saber que también va a dar una alegría a una mujer insatisfecha. Me imagino el deleite que le provoca la sensación de poderío al cumplir con una mujer delante de un marido poco dotado, manso e incompetente. Se merece toda mi admiración, desde luego.
Fuimos a buscarlo a un hotel del centro de Madrid. Nos reunimos en esa misma recepción donde algo más tarde comprobaría la sonrisa de la recepcionista. Hicimos las presentaciones, a mí me prestó poca atención. Era alto y fuerte, bien plantado. Por la cara de mi mujer supe que le había gustado, seguro que había empezado a ponerse húmeda. Salimos a la calle y tardó poco en agarrarla por la cintura. Hablaban y reían los dos. “Tú detrás”, me ordenó, y eso hice, claro. Era muy excitante contemplar a mi mujer cortejada por aquél Hombre. Pronto se detuvieron y se dieron un buen morreo que yo observé con mi cara de pasmado que tú bien conoces.
Así fue el paseo, morreos continuos y un buen sobe a las nalgas de mi mujer. De vez en cuando le subía la faldita para tocarle el pandero directamente. Sabía bien a dónde llevarnos: un bar caribeño. Una buena humillación, sin duda: mi mujer y yo éramos los únicos “blanquitos”. Él metiéndole mano continuamente y yo allí como un bobo de comparsa, sentado observando sus besos y caricias. Todo el mundo tenía muy claro que yo era un cornudo. ¡Qué poderío debía sentir demostrando su virilidad superior y la potencia de su entrepierna! Pagué ante la cara burlona de la camarera y fuimos hacia el hotel en el mismo plan en el que habíamos venido.



“Pobre cornudo, ¿a dónde vas con esa ridiculez?
Le pidió la llave a la recepcionista, “van a subir un momento”. Estaba claro. Ellos continuaban agarrados y yo los seguía. “¡Abre la cama, cornudo!”. Obedecí al instante y preparé el lecho para que hiciera lo que un Hombre de verdad sabe y puede hacer. Se desnudaron mutuamente besándose y magreándose. Un Macho muy superior a mí disfrutaba de mi mujer y la hacía gozar. Por fin apareció su miembro, orgulloso y triunfante. Mi mujer lo acariciaba con deseo. Me ordenó que me quitara la ropa, intuía mi inferioridad. Y allí apareció mi pollita ridícula, mucho más al lado de su imponente verga. Comparamos de cerca: risas, cachondeo, “pobre cornudo, ¿a dónde vas con esa ridiculez? De rodillas y pónmela a tono”.
Ya tenía el pollón bastante despierto, lo empecé a chupar mientras seguían besándose y sobándose. Casi no me cabía en la boca pero conseguí ponérselo muy duro. A continuación me tocó preparar el coño de mi mujer, aunque poca falta hacía de lo mojado y abierto que estaba ya. De todas formas le di unos buenos lametones para facilitar la entrada del ariete de aquel Macho.
Le indicó a mi mujer que se pusiera a cuatro patas y a mi que le colocara el condón. Sentí un gran respeto al hacerlo, como si vistiera a un torero que va a realizar una gran faena. Separé los labios del coño de mi mujer y colaboré en la entrada de aquel atributo triunfal dentro de ella.


El “mete-saca” empezó lentamente, pero al cabo de poco el ritmo era ya acelerado. Empezaron los jadeos y gemidos de los dos, esos que yo no consigo provocar en mi mujer. Se iban poniendo muy calientes. Él decidió cambiar de postura, quería estar encima de mi mujer, así cubre un macho a una hembra con el mayor contacto posible, los cuerpos pegados, las lenguas mezclando fluidos, mi mujer sintiendo el peso y la potencia de aquel Macho. Realicé de nuevo mi trabajo de mamporrero. Ya iban a buen ritmo, su pollaza entrando y saliendo y sus cojones chocando contra el culo de mi mujer. Me ordenó que le lamiera los huevos e hice lo que pude en esa posición: me afané con la lengua, iban y venían, su culo se restregaba por mi frente, pero conseguí dar unos buenos lametones. Era como si ablandara mi frente para facilitar el nacimiento de mis cuernos.

“A una señal suya le retiré el condón”
Mi mujer se corrió. Es bastante escandalosa así que no había duda. A los pocos instantes lo hizo él, dejando patente el placer que le producía. Sentí que era una lástima el uso del condón, un Hombre así debería dejar su firma dentro de mi mujer, inyectarle su semen de Macho Alfa. Sacó lentamente su pollaza de dentro de mi mujer, orgullosa del trabajo bien hecho. Ella descansaba satisfecha boca arriba, aún gimiendo. Él me dirigió una mirada entre altiva por su superioridad y condescendiente por mis limitaciones. A una señal suya le retiré el condón; allí estaba toda su esencia de Macho Poderoso.
Era ya tarde y no hubo mucho más. Nos despedimos con la idea de vernos más adelante, como así fue. Pasamos por la recepción, mi mujer alegre y parlanchina y yo, algo avergonzado, no me atreví a mirar. Llegó muy contenta a casa y durmió muy bien. Yo también estaba contento: mi mujer estaba satisfecha y yo había colaborado con uno de mis colegas del género masculino facilitando el desahogo de sus necesidades sexuales, buena labor de manso.



("UA-21720468-1")